martes, 9 de mayo de 2017

SGM: Los globos bombarderos japoneses

Los globos bombarderos japoneses 

por el General W.H. Wilbur 



La corriente de aire, que circula desde Japón hasta la costa Oeste de Canadá y Estados Unidos a una altitud que oscila entre los 9.000 y los 11.000 metros, fue descubierta por el profesor Nakayama, del Observatorio Meteorológico de Takao, en la Isla de Formosa, en 1932. 
Diez años después, el doctor Fujiwara, meteorólogo japonés, sugirió que esa corriente de aire fuese aprovechada para lanzar globos provistos de bombas. 
El bombardeo de Tokio, dirigido por el General James H. Doolittle el 18 de Abril de 1942, lastimó vivamente el orgullo de los japoneses. Ansiosos de encontrar un medio de ejercer represalias, concibieron la primera campaña transoceánica, con globos de dirección automática, que registra la historia. Invirtieron dos años en su preparación, pero en los seis meses que siguieron al 1º de Noviembre de 1944 soltaron 9.000 globos de gas, ingeniosamente construídos y preparados para lanzar bombas incendiarias y de fragmentación en los bosques, granjas y ciudades de Norteamérica. A estos globos se los conocía con el nombre de «Fu-Go». 
 
Estas nuevas armas tenían diez metros de diámetro aproximadamente y estaban destinadas a sobrevolar el Océano Pacífico a una altura de 9.000 a 11.000 metros, donde las corrientes de aire dominantes marchan hacia América a una velocidad de 150 a 300 kilómetros por hora. Aún cuando una vez puestos en libertad, nadie ejercía acción sobre estos globos (ni siquiera por radio), se calcula moderadamente que entre 900 a 1.000 llegaron a las costas del continente americano. Aparecieron a lo largo de todo el Oeste desde Alaska hasta México; casi 200, más o menos completos, fueron hallados en el Noroeste del Pacífico y el Oeste de Canadá; fragmentos de 75 más fueron recogidos en otros lugares o «pescados» en aguas costeras del Pacífico, y los fogonazos advertidos en el cielo indicaron a los observadores que, por lo menos, otros 100 estallaron en el aire. 
Se han hecho esfuerzos para quitar importancia a este ataque. Pero lo cierto es que señaló un progreso significativo en el arte de la guerra. Por primera vez se lanzaron a través del mar proyectiles desprovistos de dirección humana y realmente capaces de causar grandes daños. Afortunadamente, las nieves de invierno eliminaron el riesgo de incendios forestales. Si el asalto de los globos hubiera continuado hasta la temporada veraniega, en la cual los vastos bosques del Oeste estadounidense estuvieron como yesca; si los japoneses hubiesen mantenido un promedio de 100 lanzamientos por día, como hicieron en Marzo de 1945; si hubieran equipado los globos con centenares de bombas incendiarias, en vez de hacerlo con unas pocas de gran tamaño; o si los hubieran cargado con agentes bacteriológicos (con los que experimentaba el médico Shiro Ishii en la Unidad 731); tal vez habrían causado estragos. 
Los japoneses hicieron los primeros ensayos con globos en cantidad durante la primavera de 1944, lanzando al aire 200. Ninguno llegó a las costas estadounidenses. Los globos que cruzaron con éxito el océano fueron soltados el 1º de Noviembre de 1944, y el día 4 del mismo mes recibí el primer informe sobre ellos. Aquel día un barco patrulla de la Armada encontró flotando en el mar un gran trozo de tela desgarrada. Un marinero intentó subirlo a bordo, pero descubrió que tenía sujeta una masa pesada. Como no pudo subir el conjunto, cortó la tela, de modo que el mecanismo y los explosivos se hundieron. Sólo rescató la envoltura; pero como tenía marcas japonesas, nos bastó para hacernos sospechar que el enemigo había introducido en la lucha algún elemento misterioso. Desde el principio nos dimos cuenta de las posibilidades de la nueva campaña. En consecuencia, requerimos inmediatamente la ayuda de todos los organismos gubernamentales. Avisamos a la Armada y a la Oficina Federal de Investigaciones (F.B.I.). Advertimos a los guardas forestales que necesitábamos informes de los aterrizajes de globos y de toda fracción de globo o tren de aterrizaje que fuese hallado. 
Después del descubrimiento de la primera envoltura, tuvimos que esperar dos semanas antes de rescatar del océano los restos de un segundo globo. Poco después otro, quemado y parcialmente destruído, cayó tierra adentro en Montana. Para mediados de Diciembre y a base de muchos datos fragmentarios, los técnicos habían descubierto los principios fundamentales del arma, y se había diseñado el aspecto exterior de la misma. Más tarde, nos sentimos orgullosos al comprobar que nuestra «imitación imaginaria» resultó exacta en todo lo esencial. 
Se enviaron fragmentos al Laboratorio naval de Investigaciones de Washington y al Instituto de Tecnología de California. Se descubrió que la envoltura estaba fabricada con varias capas de papel pergamino grueso, pegadas unas a otras con cola vegetal y, además, esta cubierta era más eficaz para retener el gas hidrógeno que las mejores telas cauchutadas para globos hechas en Norteamérica. 
Lo expertos que examinaron la arena de los sacos de lastre dieron los nombres de cinco lugares de Japón de los cuales podía proceder la misma. Se encomendó a la Fuerza Aérea que averiguase lo que ocurría en aquellos lugares. Pronto tuvimos un informe, con fotografías, de uno de esos lugares. Esas fotografías mostraban una fábrica alrededor de la cual había varias esferas de color gris perla, al parecer globos de gas que se estaban inflando para emprender el vuelo a América. 
Poco después descubrimos uno de los globos grises en las proximidades de una ciudad del Oeste estadounidense. El piloto del avión de la Fuerza Aérea que fue enviado para hacer que el globo descendiera intacto, lo hizo avanzar hacia campo abierto a impulso de ráfagas de aire producidas con la hélice de su avión. Estos golpes de aire ladearon el tren de aterrizaje, de modo que se aflojó la llave del hidrógeno y se escapó el gas, haciendo que el globo se posara suavemente en tierra. Por fortuna, el mecanismo automático de autodestrucción no funcionó. Todo se encontró en perfecto estado. 
Algún tiempo más tarde, supimos que la construcción de una de estas armas costaba cerca de 800 dólares. Cada globo llevaba aproximadamente 30 sacos de arena de tres kilogramos, los cuales iba dejando caer uno a uno por medio de un dispositivo de trinquete conectado con un altímetro barométrico (utilizados en aviación, son básicamente barómetros con la escala convertida a metros o pies de altitud, que fluctúan con el cambio de la presión atmosférica a diferentes alturas) que lo hacía funcionar cada vez que el globo descendía más abajo de 9.300 metros. Otro control automático abría una válvula para dejar escapar hidrógeno cuando el globo de gas se elevaba a más de 11.000 metros. Cada globo llevaba tres o cuatro bombas, una de las cuales por lo menos era incendiaria. Las otras eran bombas de fragmentación de 15 kilogramos y estaban destinadas a causar daños a las personas. Ambos tipos de bombas eran gobernadas por un mecanismo de lanzamiento dispuesto para funcionar después que todos los sacos de lastre hubiesen caído porque, según la teoría japonesa, ya entonces el globo debería estar volando sobre el continente americano. 
 
 
Con cada grupo de globos portadores de bombas, los japoneses lanzaban uno que enviaba señales de radio y servía para ir indicando los progresos de la flota a través del océano. Después de haber rescatado unos cuantos globos, llegamos a la conclusión de que el riesgo de las bombas explosivas no era grande, pero las incendiarias si constituirían una grave amenaza durante la temporada de los eventuales incendios forestales (de Julio a fines de Septiembre) en la costa del Oeste. Necesitábamos la madera de aquellos bosques y, por consiguiente, organizamos tropas especiales de paracaidistas que pudiesen cooperar rápidamente con los guardabosques y los servicios civiles de incendios forestales. En el mejor de los casos, sin embargo, estas defensas hubiesen sido muy débiles. 


Entretanto, y para hacer frente a la posibilidad de que los globos fuesen utilizados para sembrar plagas en las plantas por medio de esporas; bacterias y parásitos de pestes en los animales o tal vez agentes bacteriológicos como ántrax o botulismo para los humanos, alistamos en el programa de defensa a funcionarios de sanidad, médicos, veterinarios y autoridades universitarias en agricultura. Se adiestraron escuadras de descontaminación. Se establecieron depósitos de desinfectantes, ropas y máscaras en lugares estratégicos. Se pidió con insistencia a agricultores y ganaderos que diesen cuenta de las primeras señales de cualquier enfermedad extraña que atacase a sus sembrados o a su ganado. 
Para impedir que los japoneses conociesen el grado de éxito alcanzado por su campaña, la prensa y la radio de los Estados Unidos y de Canadá aceptaron una censura voluntaria que resultó uno de los prodigios de la guerra. Pero, al mismo tiempo, esta censura nos dificultaba el prevenir adecuadamente a la población. En Oregon un grupo de niños, que iba en gira campestre, encontraron un globo, lo remolcaron y sus bombas estallaron: una mujer y cinco niños murieron. 
¿Cómo podíamos prevenir a millones de niños contra un azar semejante y evitar que cualquier información llegase a conocimiento de los japoneses que la esperaban ansiosamente? Conseguimos ambos resultados por la magnífica cooperación de las autoridades docentes, los maestros, los jefes de policía y los padres. 
 
Como los japoneses querían asegurarse del eficaz arribo a América de los globos, comenzaron a utilizar seda engomada en vez de papel pergamino para la envoltura de los mismos, pues al parecer creían que la seda engomada era mejor material para contener el gas hidrógeno. Pero ocurrió exactamente lo contrario. Sólo tres globos de seda llegaron a los Estados Unidos. 
Súbitamente, a fines de Abril, cesó la invasión de los globos. ¿Había sido suspendido el ataque por considerárselo un fracaso? ¿O se trataba de una calma engañosa antes de un asalto mayor? Pasaron semanas y meses: el ataque jamás se repitió. 
Aclaré el misterio tres años después, cuando visité Japón, y tuve ocasión de conferenciar con el general Sueyoshi Kusaba, a cuyo cargo había corrido la campaña de los globos. Me dijo que en total se habían soltado 9.000 globos y que los japoneses calculaban que, por lo menos, el 10% llegarían a los Estados Unidos y Canadá. En Japón se tuvo noticia del aterrizaje inicial en Montana. Pero, desde entonces, el silencio de la prensa y la radio norteamericana y canadiense fue absoluto. Como solamente tenían conocimiento de un único aterrizaje en el continente americano, el Estado Mayor comenzó a amonestar a Kusaba. Le dijeron muchas veces que su campaña era un fracaso y que estaba derrochando los recursos, cada vez más reducidos, del país. 

 

Por fin, en los últimos días de Abril, el general Kusaba recibió orden de suspender totalmente las operaciones. Las palabras del Estado Mayor fueron las siguientes: «Sus globos no llegaron a América. Si hubiesen llegado, los periódicos hablarían de ello. Los norteamericanos no podrían estarse callados tanto tiempo». 


Fuente: Historias Secretas de la Última Guerra.

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